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miércoles, 5 de agosto de 2009

* Confesiones de invierno (1) Pablo Pereyra

Comienzo hoy aquí una nueva sección, pequeña, casi íntima. Se llama como aquella canción de Charly García, y más de uno al leerla pensará en esos acordes hechos en guitarra acústica como fondo para la misma lectura (¿Por qué no?). Pero se refiere concretamente a pequeñas anécdotas, recuerdos casi borrosos que no sólo yo sino otras personas, irán dejando en este blog acerca de sus experiencias muy cercanas con guionistas, dibujantes, artistas de este mundo nuestro de la livic, la literatura verboicónica...
la historieta,che.


Confesiones de Invierno (1):
El maestro de dibujantes.


Pablo Pereyra fue un excelente dibujante, publicista y diseñador, maestro de maestros en esto del dibujo en Argentina. Él fue el responsable del diseño de las míticas revistas de historietas “Hora Cero” y “Frontera”. Nombres que el mismo le propuso a Oesterheld en su momento.




Allá por el año 1980, más o menos, pude conocerlo personalmente. Habremos charlado dos o tres veces y siempre en el mismo contexto: yo acompañaba a mi amigo Horacio a sus clases. Horacio había empezado unos meses atrás conmigo, en 1979, cuando nos anotamos juntos en unos cursos que vimos en las revistas de Ediciones record. El curso era para aprender a dibujar y escribir historietas. El aviso –engañoso- decía que Lucho Olivera y otros profesionales enseñaban dibujo. Por supuesto me anoté. Pero Lucho ya no estaba. En su lugar aprendimos a valorar los conocimientos y el don de gente de esos profesores: Leandro Sesarego (un ilustrador de primera), Cilencio (Eugenio Cilento, que empezaba a ser conocido con sus cartoons), Linton Howard (con sus largas y aburridas clases de guión historietístico, que derivaba siempre hacia los comienzos del cine mudo norteamericano, para terminar charlando con un compañero mucho mas grande que nosotros, el arquitecto Esteban Larucchia, que le contaba de los libros de historietas que tenía.Mientras los demás hacíamos caricaturas de Linton y esperábamos el fin de la clase). Y también estaba allí un gran ser humano, Enrique Cristóbal, un señor historietista. Allí estaba el plantel de base de lo que poco después daría a conocerse como el primer Fanzine argentino: "Crash",del que tal vez algunos escucharan hablar. Pero para eso faltaba algún tiempo, mientras tanto y a pesar del desencanto de no poder (aún) estudiar con Lucho Olivera,yo intentaba igual estudiar con esos profesionales,para llegar a ser también como ellos un "historietista". Hay que decir que como las condiciones económicas eran malas, pronto tuve que abandonar el curso, al no poder pagar la cuota mensual. Las clases originalmente comenzadas en la galería Güemes habían pasado rápidamente a unas oficinas en la zona de Once, cerca de la estación Miserere. Fruto de contradicciones internas entre los dibujantes asociados(¿alguna vez alguien escribirá cuántas "A.D.A.",cuántas Asociaciones de Dibujantes hubo en nuestro país?.Así que dejé de concurrir pero igual estaba al tanto de algunas cosas. Mi amigo Horacio, en cambio, siguió un par de años y así fue derivado a la escuela de Pablo Pereyra (ver aviso suyo extraído de una revista de dibujo), mientras era alumno de varios profesores más, de los que aprendió muchísimo, como Frank Szylagy, Pablo Mártire, y Cativa. Y sobre todo, aprendió con Pablo Pereyra, del que además de cientos de horas de "modelo vivo" y aprendizaje de la anatomia humana, mi amigo Horacio recogía -y desparramaba luego entre los amigos- múltiples y divertidas anécdotas.

Pero ahora yo estaba ahí en el lugar de clases, frente a esa gloria viviente: el maestro de dibujantes, Pablo Pereyra. El hombre era aún grandote, se notaba que había sido jugador de Rugby años atrás. ”¡Qué hacés, flaco de mierda! ¿Trajiste a tu amigo? Le espetó a Horacio, sobre mí. Nos reímos. Pereyra era de esos tipos capaces de decirte una mala palabra y sin embargo hacerte reír. Lo recuerdo así, y tal vez sea como tantas cosas que la memoria deforma. Pero creo recordarlo exactamente como lo veía.
Era un hombre de sonrisa grande, en una cara algo dura de rasgos. Y su hablar era campechano, como su movimiento. Parecía un hombre sencillo, y a la vez era maravilloso enseñando dibujo. La oficina-escuela quedaba por la calle Florida.Más precisamente en la Galería Güemes, en la zona bancaria de Bs. As. Recuerdo que en las paredes había cuadritos con distintas ilustraciones hechas por Pereyra. Jugadores de rugby en lucha por el balón, surgían de entre líneas de tinta negra que sobresalían de sus bordes, como escapando a las figuras básicas geométricas que les daban forma. Otros cuadros eran algunas de las tapas a color que Pereyra realizara para la recordada colección “Robin Hood”, de Editorial Acme; ilustraciones sobre novelas famosas de la literatura universal. Algo sin embargo no me cerraba, y eran unas opiniones sobre Oesterheld que, Horacio me había contado, Pereyra había deslizado en un par de clases:“Dijo que no sé en que andaba metido, que ...” -me comentaba sin grandes precisiones, mi amigo, un adolescente como yo, en ese entonces. Y no podía dármelas a esas precisiones, así que todo quedó en que pareciera haber sido un reproche de Pablo Pereyra, hecho en caliente, hacia un muy conocido guionista de historieta que un día apareció para ver la clase.“Ustedes le dan manija a Oesterheld, a ese...” ,Le gruñó Pereyra.

Todo esto sucedió, y la memoria aquí es fiel; pero era tanto lo que desconocíamos de lo que estaba sucediendo (no los colegas de Oesterheld, evidentemente, sino los alumnos, los nuevitos, el público en general), que las preguntas quedaron sin respuestas. Lamentablemente.

Pablo Pereyra fue un grandísimo artista y todos sus alumnos lo recuerdan además como un gran hombre y valoran sus cualidades. Por algo debe ser. Tal vez esta pequeña anécdota sobre su opinión personal sobre Oesterheld no le haga honor a su verdadera forma de ser, a su valía como ser humano, y a su don de gente tantas veces reconocido. Pero muestra posiblemente con claridad cómo es que han coexistido en nuestro país, varias Argentinas, las que trágicamente muchas veces no sólo no se han puesto de acuerdo sino que se han rechazado inevitablemente. Pereyra fue seguramente un gran tipo.
Oesterheld también. Y ese joven guionista de entonces bastante hacía(o hacían) con ese miedo encima a su propia suerte mientras divulgaban para las nuevas generaciones (nosotros y los que vendrían) la fantástica y magnífica obra creativa de Oesterheld.
Quede este relato como una simple anécdota, un recuerdo, para que no se pierdan también para siempre las cosas que ha modo de iniciales "confesiones de Invierno" aquí les he narrado. Con contradicciones. De ese tipo de contradicciones, tan nuestras.


Felipe R. Avila
La cara de Pablo Pereyra está tomada del sector central de una foto más grande,grupal, gentileza del artista José Massaroli.

1 comentario:

  1. Me gusta el texto, lo que nos contás, lo que proponés a partir de los recuerdos de una época distante pero que me imagino en tu memoria las tenés bien frescas, como toda cosa que queda grabada a fuego, como esa experiencia y ante todo, esa frase inconcluso que a lo largo de los años no has podido develar y que creo, aún se sigue carcomiendo la cabeza cuando te detenés en ella.
    Un abrazo Felipe!

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